No es más enfermo el demente, si no el enamorado.



La enfermedad se adquiere en mi piel cada vez que sus dedos rozan mi cuerpo. Y es que estamos dementes,  y mis brazos necesitan una camisa de fuerza si alguien intenta detener el tacto.
Necesito una sobredosis de pastillas con sabor a su saliva, cantidades industriales del suero de su sexo y algún que otro azote dominante.

2 comentarios:

¿Otro sueño efímero?
Un placer leerlo.